El miércoles por la noche salí de Nueva York con dirección a Dubai en un flamante A-380, el superjumbo que tantos quebraderos de cabeza le ha costado a Airbus. Por dentro, no parece tan diferente a otros aviones de largo recorrido, siempre que te olvides de que tiene un piso completo encima. Tras doce horas en la troposfera, tres películas (No Country for Old Men y Iron Man: Bien; 10 000 BC: Muy mala) y un par de cabezadas largas, llegamos a Dubai donde me esperaban seis horas de espera. No pude salir a ver la ciudad así que me dediqué a pasear por el gigantesco centro comercial con pistas y aviones que en Dubai llaman aeropuerto (el duty-free tiene más cajeras que un Carrefour), a dormirme por las esquinas y a perder y volver a encontrar mi maleta cuando tras diez minutos de paseo me di cuenta de que me "faltaba algo".
Tras cuatro horas más de avión y dos cambios de presión más, que junto con el constipado con el que salí de Nueva York me acabaron de taponar de manera permanente los oídos, llegué por fin a Dhaka medio sordo, medio dormido y medio atontao. Y encima me quedaban por delante otras doce horas despierto (hasta un total de 48 sin probar una cama) porque llegaba a Dhaka por la mañana y meterme a dormir me podía condenar a una semana de jet-lag. El aeropuerto de Dhaka, después de estar en Kinshasa hace tres meses, me impresionó: salimos del avión por un finger y la terminal estaba llena de anuncios de bancos, empresas de móviles y oficinas de cambio. Desde luego se parecía más a la Terminal 1 de Barajas que al N'Djili International Airport de Kinshasa.
Tras hacer la cola de los pasaportes junto con los trabajadores bengalíes que volvían de Dubai con grandes bolsas del duty-free, salí del aeropuerto. La imagen fuera se parecía más a lo que me estaba esperando. Bajo un calor y una humedad sofocantes, cientos de personas se agolpaban contra las rejas que separaban la entrada del aeropuerto del exterior. Allí me estaba esperando el transporte del hotel y tras media hora de zigzagueo entre autobuses, taxis de tres ruedas y rickshaws a pedales llegamos al hotel. En la habitación, el aire acondicionado a todo trapo y la tele encendida con una película seguramente de Bollywood (Bombay), o puede que de Dollywood (Dhaka). A pesar de la sobreactuación, el inteligente uso del zoom, los bigotes, el flequillo del general y el juez, que es clavadito a Antonio Ozores, no me enteré de mucho. Os lo dejo a vosotros, a ver si os enteráis de algo.
A pesar del interés de la película y de la tentación de echarme a dormir, me cogí la cámara de fotos y la Lonely Planet y salí a la calle. Paré a un taxi de tres ruedas y tras probar dos o tres nombres de sitios en la Dhaka Vieja, conseguí hacerme entender. En las ocho horas siguientes no vi a un sólo extranjero y disfruté/sufrí la experiencia turística más auténtica de mi vida. Mañana os lo cuento.
3 comentarios:
Cuéntanos... que vas con retraso. Un abrazo
jejejeje es Ozores en moreno, me parto. Tenia pinta de ser un peliculón
no firmes cueques que no puedes pagar.... ya han pasado 2 dias, asi que cuenta ya que hiciste!!!!
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