lunes, 25 de agosto de 2008

Bangladesh 2: Old Dhaka

Yo creía que conociendo un poco Marruecos, un poquillo de África sub-sahariana y algún que otro país latinoamericano, uno estaba preparado para viajar por el resto del mundo sin muchas sorpresas. Pues no… “El sur de Asia es otra cosa” como dice mi colega de proyecto que llegó un día más tarde que yo. Gaurav, indio mumbai-ense (mumbai-tarra?) lo tiene claro: “Esto es muchísimo peor que Mumbai”.
 
La parte vieja de Dhaka es muy pobre y está muy sucia. El aire mezclado con el humo de los motores y el polvo de las calles se pega en la garganta y escuece en los ojos. La basura se pudre en plena calle y el hedor se mezcla, dependiendo de la zona y de la hora del día, con el tufo a sudor, a fritanga o a keroseno. En algunas calles, una canaleta de hormigón a uno de los lados hace las veces de alcantarillado, en el que flotan desperdicios varios, restos de comida y alguna que otra rata muerta. Además, hay poco que ver… un par de palacios y mezquitas que a duras penas entrarían en las visitas guiadas si estuvieran en Marrakech o en Fez. Prácticamente no hay turismo, y prueba de ello es que no me crucé con un solo extranjero desde que salí del hotel hasta que volví, hecho polvo, ocho horas después.
 
Dhaka es una ciudad intensa, un caos amorfo para el observador que no alcanza a discernir una lógica para tantos movimientos, sonidos y olores. Las sensaciones se agolpan: las bocinas de los autobuses y de los tempos (motoretas de tres ruedas), los gritos, el cruce caótico entre la gente a pie, las bicicletas y los rickshaws, los olores…
 
 Desde el hotel... la parte tranquila de la ciudad
 
Tras cuarenta minutos de traqueteo en tempo para acercarme al centro, y después de comerme un arroz con pollo con dos botellas de agua por 100 taka=1euro, empecé mi visita iniciática con las ruinas de Fort Labagh: una mezquita y un par de templos. Aquí, como en otros sitios, los guías aparecen de repente. Aunque repitas varias veces que no necesitas su ayuda para interpretar cuatro vitrinas mal iluminadas con tres cuchillos roñosos y una vasija china, ellos te explican diligentemente la importancia de los objetos sin menoscabar en detalles. “Sir, this very important knife… yes…Sir …very old… and this Chinese vase, also old, very very”. Y aquí, como en otros sitios, también te acabas yendo con cara de tonto y con unas cuantas perras menos.
 
Un remanso de paz... cuidado con los guías

Después de Fort Labagh me adentré en la ciudad vieja (digamos que me perdí pero sabiendo más o menos donde estaba). La Dhaka vieja recuerda un poco a las medinas: a los lados de la calle principal se abrían callejuelas sinuosas en todos los ángulos posibles y en todos los portales se ve gente trabajando en algo: un tipo soldando un cuadro de bicicleta, otro cortando y aplanando grandes bidones de gasoil para vender las planchas de metal, un grupo agolpado junto a una pared en la que han pegado las cuatro páginas del periódico del día. Si en este momento tu mente está mostrando una imagen idílica de la ciudad, vuelve a leer el segundo y tercer párrafo de la entrada las veces que sean necesarias para hacerla desaparecer.
 
Arquitectura alternativa en Dhaka
 
Todavía queda medio día... mañana sigo. Por cierto, estaban anunciando la segunda y tercera partes de la peli de Dollywood en la calle:
 

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